Si morderse las uñas no es bueno psicológicamente hablando, tampoco lo es para nuestra salud. Este hábito afecta al 20-45% de la población, con un ligero predominio en mujeres sobre hombres.

Es más habitual que las uñas de las manos sean las mordidas de forma repetitiva, pero también puede afectar a las uñas de los pies. Cuando ocurre esto último, hay que estar en alerta porque podría tratarse de un problema psiquiátrico muy grave.

No solo visualmente no es atractivo, sino que el hecho de morderse las uñas en numerosas ocasiones hace que aparezcan bacterias, hongos y virus; un acortamiento y la modificación de la forma de la uña (adquieren un aspecto triangular en relación con el triangular habitual); la aparición de bandas longitudinales pigmentadas de un color marrón a negro en la uña. Pero ahí no acaban los efectos dañinos: morder las uñas podría incluso afectar a las encías: La reabsorción de la raíz del diente debido a la fuerza del mordisqueo y el aumento de enterobacterias en la flora bacteriana de la boca. También aparece la osteomielitis de la falange distal de los dedos de las manos.

¿Cómo se aborda este trastorno?

Modificando los hábitos que desencadenan la actitud compulsiva. Esta se considera la primera línea de actuación con la realización de terapia del comportamiento cognitivo, terapia de inversión de los hábitos, técnicas de distracción… Otra medida sería la utilización de vendaje de los dedos, que actuaría de barrera y obstaculizaría el acceso a morderse las uñas. Sin embargo, hay otro método que podría ser la solución: tratamiento con psicofármacos. El N-acetil cisteína por vía oral a altas dosis podría ser otra opción, pero las publicaciones científicas en relación con la eficacia de la N-acetil cisteína no son muy concluyentes.

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